De lo dicho en el precedente capítulo emerge ya el
estrecho vínculo que existe entre humanismo y educación. El humanismo
fue esencialmente una revolución pedagógica. Así lo consideraron los
humanistas más insignes, ninguno de los cuales dejó de dedicar un tratado o, por
lo menos, un buen número de elocuentes páginas a los métodos de la nueva
educación, contraponiéndolos a los de la educación escolástica.
Los “insulsísimos versos” a que alude Erasmo en este
fragmento de De pueris statim ac liberaliter instituendis son los de
los auctores octo que campeaban en las escuelas en los tiempos de la
escolástica tardía: se trataba de obrejas preceptísticas y moralizante s que en
gran parte se memorizaban con auxilio del ritmo y en las cuales se hacían a los
muchachos de catorce o quince años admoniciones de este calibre: no olvidar
jamás qué “inmundo es el mundo, la carne furiosa, cruel el enemigo [el
diablo]”. En lugar de estos textos de oscuros autores, el humanismo
pondrá en manos de los jóvenes obras egregias de humanistas de primera magnitud,
sobre todo poetas y prosistas antiguos.
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